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autor:Unknown
La lengua: eng
Format: epub


CAPÍTULO 9

S

e le debía de haber paralizado el cerebro, porque no podía pensar con claridad.

¡Ni loca pensaba ir a comisaría! Imaginó una celda pequeña infestada de ratas, y el asco la estremeció, ¡cómo iba a matar los bichos si no tenía zapatos! ¿Con el dedo gordo del pie? Blanca había cruzado la barrera de la lógica porque su mente era un caos completo.

—No pienso moverme de aquí hasta que venga mi amigo —le dijo al policía con voz como el hielo. El agente la miró con cierta sorpresa un segundo antes de endurecer !a mirada.

—No es una sugerencia señorita —le dijo.

Blanca lamentó amargamente las veces que había alabado la labor policial porque en ese momento, deseó que el suelo se abriera y se tragara al agente uniformado, con su moto, con su casco...

—¡No hago nada incorrecto salvo esperar! —le espetó amargamente, y sin importarle el tono subido de la voz.

Blanca cruzó los brazos a su pecho, y la camisa se balanceó precariamente por sus piernas desnudas.

—¿Qué sucede Gabriel? —El otro agente había colgado la radio, y se acercaba con la mano derecha apoyada sobre la culata de su pistola reglamentaria.

—Una sospechosa que se niega a facilitarme su documentación, y acompañarnos a comisaría —respondió el supuesto Gabriel.

Blanca masculló ostensiblemente llena de vergüenza.

—Nada de eso —negó con vehemencia—, simplemente estoy esperando a un amigo que tarda más de lo necesario.

Blanca miró a los dos agentes ya sin miedo y con profunda altanería. De pronto se dio cuenta que uno de ellos era muy joven y atractivo, el que la había cacheado. Se había sentido tan nerviosa en un principio, que no pudo percatarse de esa circunstancia, pero ahora importaba un bledo.

—¡Quiero hablar con un abogado! —dijo Blanca contra todo pronóstico, y pensando que la situación no podía empeorar más de lo que estaba.

El agente de más edad miró a su compañero con una cierta vacilación en los ojos.

—Señorita, por su bien, a menos que nos enseñe la documentación, deberá acompañarnos a comisaría.

Blanca paseó los ojos por las dos motos y sonrió llena de irracionalidad.

—¿Van a atarme una cuerda al cuello y pretender que les siga como un perrito? Porque yo no pienso conducir este coche descalza —con una mano abarcó la totalidad del todoterreno sin pestañear—, y no pienso abandonar el vehículo.

—¿Sucede algo malo Gabriel?

¡Alain! Blanca desvió los ojos del agente hacia el médico que había salido al fin de la tienda. Llevaba las manos llenas de bolsas, y Blanca lo miró como si acabara de convertir el agua en vino.

—¡Mercier, qué sorpresa! —exclamó Gabriel—. ¿Conoces a esta muchacha? —le preguntó precavido.

Alain le ofreció una sonrisa que podía deshelar el polo norte, ¿conocía al agente más joven? Se preguntó ella. Blanca miraba de uno a otro sin creerse su buena suerte. ¿Se atrevería a respirar por fin? Temía que si soltaba el aliento, otra nueva desgracia le acontecería.

—¡Por supuesto que sí! —respondió con prontitud.

El otro agente se mantenía en un sorpresivo silencio.

—Se ha negado a facilitarnos su identidad —le explicó Gabriel.

Blanca abrió



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